España invertebrada, influyente clásico del pensador, puede ayudar a reflexionar sobre las encrucijadas de la Argentina de hoy.
A cien años de la publicación de España invertebrada, la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón celebró la importante efeméride organizando en mayo último un Congreso Internacional en el que se dieron cita filósofos, académicos y políticos de distintos países para analizar y discutir sobre la interpretación de ese libro, tan leído e influyente en la construcción de las naciones. En sus páginas, Ortega reflexiona sobre la sociedad española de su tiempo, analizando instituciones , temas y conceptos como vida, programa, nación, historia, participación, deber ser, ideas y creencias. Como tantas otras veces, la presencia de Ortega vuelve a ser motivo de confrontación o lugar de encuentro. ¿El escenario ofrecido por España invertebrada es cosa del pasado? ¿Qué sentido tiene evocarlo en el presente? Al traer la memoria histórica a este momento celebratorio, dos posiciones hacen escuchar sus voces: una, en defensa de la tradición, declara la ejemplaridad del modelo conservador recibido del pasado ; otra, sin negar su validez, clama por un nuevo orden liberal adaptado a las necesidades de cada tiempo. Es interesante anotar que la confrontación apunta a los principios de un ideario, pero la estrategia que hizo posible su aplicación habría quedado matizada en el debate o sepultada por el silencio. Solo cuando extendemos la mirada más allá del horizonte, exigidos por la complejidad de nuestra sociedad “turbada y desorientada” que se impone con la fuerza ciega de los hechos, es cuando un nuevo Ortega se eleva ante nosotros a la altura del espíritu que supo poner su ciencia y su arte al servicio de la Nación.
Al vincular España invertebrada con las carencias institucionales que soporta la sociedad argentina actual surge en paralelo la pregunta de rigor: ¿cuál fue el soporte elegido por Ortega para regenerar el edificio institucional de la República de su tiempo? La herramienta estratégica, no inventada por Ortega pero recogida del espíritu del tiempo, consistía en el célebre “Proyecto sugestivo de vida en común”, todo un armazón institucional de “las creencias en que se está”, y cuyas piezas componentes se vinculaban las unas con las otras a través de una rigurosa disposición ideacional. Método de composición y organización que hoy resulta desconocido por quienes desde sus posiciones de poder reclaman, bajo uno u oro lema, un Proyecto de Nación que, ante la falta de escenarios sustentables, oriente la vida en sociedad y fije rumbos a la nave del Estado.
Digamos, a modo de digresión ilustrativa, que en la milenaria vocación del hombre por pensarse a sí mismo y entender el mundo, por ordenar el conocimiento y orientar la acción, las sociedades siempre contaron con estrategias de reducción a la unidad aplicadas a través de variadas formas de imposición, persuasión o consenso. Aplicando un axioma que parece irrefutable podría decirse que no se conciben sociedades cuyo nacimiento, desarrollo o extinción no se encuentren asociados, directa o indirectamente, a certezas conceptuales que en cada momento de la historia sirven para explicar el pasado, conducir el presente, orientar el futuro. Ortega tenía claro el mandato de la historia al aplicarlo a su “Proyecto sugestivo de vida en común” con una convicción rayana en la obsesión.
En esta evocación no se pretende recuperar el modelo orteguiano como si la puesta al día de las instituciones tuviera que ser el fruto directo de un ideario hecho de una vez y para siempre. Sería absurdo pensar en términos de continuidad sin tener en cuenta las contradicciones y rupturas provocadas por las realidades de cada tiempo. Pero es posible que de esa relación entre el pasado y el presente se desprenda con Ortega un paradigma a tener en cuenta por quienes sueñan con diseñar la gran narrativa que, transitando por la perplejidad y el desconcierto, vuelva a posicionar a la Argentina en el concierto general de las naciones. No es preciso aclarar que ese acudir a España invertebrada debe ser hecho con discernimiento y a través, al menos, de dos consignas : una, teniendo en cuenta que no importa tanto la adhesión estricta al texto orteguiano como a su lectura desde nuestra problemática actual y local; otra, según la cual la identidad del paradigma recibido supone dejar aperturas razonables, de modo tal que sepamos desprendernos de algunos postulados que por la evolución inevitable se han vuelto inaplicables.
Aunque este tránsito por España invertebrada puede resultar interesante es probable que muy pocos estén en condiciones de soltar amarras para internarse mar adentro.
Investigador principal del Conicet, profesor de Derecho Constitucional y Teoría Política