El 9 de noviembre de 1938 se desata en Alemania la Noche de los Cristales Rotos, nombre que recibió un pogromo perpetrado contra los judíos en todo el país. Esa noche, los nazis destrozaron miles de vidrieras de negocios judíos; alrededor de cien personas fueron asesinadas y varios centenares de ellas quedaron heridas. Más de mil sinagogas y alrededor de 7500 negocios fueron incendiados; escuelas y cementerios fueron destruidos y 30.000 judíos fueron arrestados y enviados a campos de concentración. Este episodio se considera el inicio de la llamada “solución final”, un plan que tuvo como objetivo aniquilar a los judíos, crear guetos, deportarlos de sus hogares y organizar, finalmente, una matanza sistemática de comunidades enteras por medio de fusilamientos y cámaras de gas. Los nazis asesinaron a millones de judíos en los campos de exterminio.
A los pocos días, el 20 de noviembre para ser precisos, Mahatma Gandhi, conmovido por los trágicos sucesos, escribía desde su residencia en Segaon, India, un artículo titulado “Los judíos”, para ser publicado en la revista Harijan e instar al pueblo judío a perseverar en su causa por el camino de la no violencia. La nota dio lugar a un rico intercambio epistolar con Martin Buber, filósofo sionista que promovía la restauración de un Estado judío independiente.
Este encadenamiento con el pasado nos resulta particularmente sugerente porque, además de tonificarnos con la sabiduría de esos dos colosos, nos ayuda a entender mejor el acontecer actual, que, una vez más, vuelve a sacudir al mundo.
Con desgarradora subjetividad, pero con elocuente delicadeza, el texto de Gandhi ofrece un mensaje precursor. “Todas mis simpatías están con los judíos. Los he conocido íntimamente en Sudáfrica. Algunos se hicieron mis compañeros de toda la vida. Por su intermedio, aprendí mucho acerca de su persecución a lo largo de la historia. Ellos han sido los intocables de la cristiandad”. Gandhi evoca el modo en que los judíos eran considerados por los cristianos y en cerrado paralelismo lo compara con el tratamiento dado a los intocables por los hindúes. En los dos casos, según señala, se ha invocado la sanción religiosa para justificar el sufrimiento inhumano que han padecido desde siempre.
Gandhi confiesa que su simpatía hacia los judíos está basada en la razón universal, más allá y por encima de las relaciones personales. Es interesante advertir cómo, siendo un pensador asiático y, por lo tanto, no occidental, Gandhi se ubica claramente en la posición de un vocero de la humanidad, como era también el caso de Martín Buber, líder, por entonces, de la cooperación judeo-árabe en Palestina. Pese a estar orgullosos de profesar y cultivar su particularismo cultural -hinduismo y judaísmo- se trataba de dos universalistas entregados de lleno a la causa del género humano.
Con lenguaje coloquial y frases cortas, Gandhi explica el problema judío referido a la emigración de Europa y su asentamiento en Palestina. Pocos años antes, un científico judío, Albert Einstein, describía a la Palestina Trabajadora, una organización sionista dedicada a trabajar la tierra en áreas todavía desérticas transformadas después en moradas acogedoras y en colonias florecientes. Esos trabajadores -decía el célebre físico- representaban una selección del pueblo judío, especie de elite compuesta de hombre fuertes, conscientes y desinteresados. Era, también, la clase trabajadora que se hallaba naturalmente preparada para crear relaciones normales y francas con el pueblo árabe, poniendo la base cultural necesaria para resolver uno de los problemas más importantes del sionismo. “Porque los gobiernos y administraciones vienen y se van, pero las relaciones humanas son las que dan el tono final en la vida de los pueblos.”
Gandhi se zambulle sin tapujos en el núcleo del problema y lo hace con un fervor que, si bien podría distanciar a quienes aún lo admiran, nos permite avanzar en su odisea, a riesgo de ganar o perder en el arte de la apuesta. “Mi humana simpatía no me ciega a la demanda de justicia; pero el reclamo de un hogar nacional para los judíos no me convoca para nada”, sorprendía Gandhi en tono provocativo y con proverbial coraje. Reconoce que la justificación de un hogar nacional judío se encontraría en la Biblia y acepta la concreta posibilidad a través del arraigo territorial. Pero ¿por qué no pueden los judíos, como otros pueblos de la Tierra, convertir en hogar al país donde han nacido y donde ganan su sustento?
La pregunta que se hace Gandhi tenía una visible carga retórica, porque él debía saber -con toda seguridad- que en esa época cientos de miles de judíos estaban emigrando de sus países natales europeos, no sólo a Palestina, sino hacia su principal destino: las Américas. Pero tal vez no sabía que el sionismo -idea según la cual Palestina era una “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, según la famosa frase de Theodor Herzl a fines del siglo XIX- era un movimiento marginal en el judaísmo, adoptado solamente por una minoría.
En la parte medular de Los judíos , se estampa el sufrimiento de dos pueblos a los que Gandhi defiende y se exponen las razones de cada uno, pero sin atacar a ninguno. “Palestina pertenece a los árabes en el mismo sentido que Inglaterra pertenece a los ingleses? Resulta incorrecto e inhumano imponer los judíos a los árabes.” ¿Controlaba Gandhi la repercusión de sus dichos? ¿Habría que buscar a la distancia para saber realmente el alcance de sus palabras? Lo que está sucediendo actualmente en Palestina -decía entonces- no se puede justificar por ningún código moral de conducta. Se refería Gandhi al estatus legal de Palestina y al “mandato” adjudicado a Gran Bretaña sobre aquella franja territorial, sin otra sanción que la otorgada por la Sociedad de las Naciones a la vencedora de la Primera Guerra Mundial. “Seguramente sería un crimen contra la humanidad reducir a los orgullosos árabes para poder restituir Palestina a los judíos? como su hogar nacional.”
En el eje del artículo, el líder de la no violencia apura su propuesta afirmando que el camino más noble sería perseverar en un tratamiento justo para los judíos dondequiera que nazcan y se críen. Los judíos nacidos en Francia son franceses, así como los cristianos nacidos en Francia son franceses. “Si los judíos no tienen ningún hogar, además de Palestina, ¿estarán de acuerdo con la idea de ser forzados a abandonar los otros lugares del mundo donde están asentados, o quieren un hogar doble donde puedan permanecer según su voluntad? Este reclamo por el hogar nacional proporciona una justificación bien coloreada para la expulsión alemana de los judíos.”
Atención a este argumento sorprendentemente fuerte para una propuesta fundada en una lógica impecable. Se sabe al respecto que el judío de ultraderecha Abraham Stern, desgajado del grupo guerrillero Irgun, parece haber estado activamente involucrado en una negociación con el gobierno nazi de Alemania para promover una “solución final” para el problema de los judíos, consistente en su emigración masiva a Palestina, organizada por el gobierno del Tercer Reich, en acuerdo con los judíos ya residentes.
Tras celebrar la contribución del judaísmo a la literatura, el arte, la música, el teatro, la ciencia, la medicina, la agricultura, Gandhi pone fin a su argumento con una pincelada maximalista: “Dejemos a los judíos que proclaman ser la raza elegida, que prueben su título recorriendo el camino de la no violencia para justificar su posición en la Tierra. Cada país es su hogar, incluida Palestina, no por medio de la agresión, sino por medio del servicio amoroso”.
Salvo unos pocos, los judíos de Palestina no siguieron el consejo de Gandhi. Martin Buber -aun cuando discrepara de él en algunos puntos de su mensaje- fue una excepción digna de admiración, como lo es actualmente el músico argentino-israelí Daniel Barenboim.
A. Castells es politólogo (cristiano); M. Rabey es antropólogo (judío)