Las elecciones internas abiertas arrojaron un resultado que invita a los líderes de la Alianza a transitar desde las arenas políticas crispadas hacia los espacios de la obligada convivencia. Políticos que se enrostraron sarcasmos e invectivas “al mejor estilo” deberán empezar a discutir en clave de resolución de los conflictos para cerrar las heridas que ellos mismos provocaron. Si el retorno a la cordura no es golondrina de verano, poco importará que por aritmética electoral deban perdurar, ahora sublimados, los fantasmas de la lucha provocada por las distintas ideologías en presencia.
Ha querido el electorado que las fuerzas coaligadas arreglen sus diferencias naturales por la vía del consenso, la negociación y el acuerdo. No se trata de reeditar espurias coaliciones de gobierno, sospechosas negociaciones partidarias, híbridos pactos legislativos, sino nada más y nada menos que instalar la nueva “cultura del consenso”, muy necesaria para tejer los grandes compromisos del futuro y apurar el perceptible “clima de llegada”. Si los acuerdos en la cumbre hicieron posible la voluntad inicial para ungir al candidato a través de elecciones libres, ¿por qué no asumir la potencialidad del consenso para provocar la eclosión de las ideas y trazar los diseños?
Los memoriosos del pasado y los críticos del presente observarán que de ese modo la política vernácula seguirá atada a las peores prácticas de antaño, marcadas por la oposición a ultranza y las intrigas del poder, reverberantes en los “pactos de capitanejos” en tiempo del caudillaje, en la política del “acuerdo” entre figuras prominentes, en la “concordancia” legislativa de los años 30, en la aún reciente Constitución “pactada”. Hoy se advierte, sin embargo, que el compromiso _connatural a la política_ y el acuerdo _esencial a la democracia_ son prácticas universales que están presentes en todos los gobiernos como garantía de estabilidad y condición de gobernabilidad.
Para sepultar los viejos antagonismos y modelar los nuevos entendimientos, la Alianza deberá acometer no pocas empresas que, con suerte muy diversa, recibirán el influjo y la inspiración del candidato triunfante. En el marco de la cultura del consenso, en el resultado de las recientes internas pueden encontrarse claves que son de interés para el análisis inteligible y el pronóstico aceptable.
Ha nacido un nuevo líder “entre pares” que darán batalla para hegemonizar la Alianza en su tránsito hacia el poder. Fernando de la Rúa es el que, de ahora en más, estará llamado a tomar la iniciativa y a conducir un proceso. Pero, ¿estará en sus manos poder hacerlo? Fijar las convocatorias en la cumbre, orientar los cursos de la acción, disponer los métodos de trabajo, ofrecer imágenes mediáticas, evitar las maniobras distractivas y desbrozar los caminos del consenso son cuestiones muy complejas que, sin embargo, deberían estar casi en sus exclusivas manos.
Además, los acuerdos y las negociaciones se tejen entre protagonistas concretos y allí no cuentan las impersonales abstracciones. ¿Estará en la intención del candidato generar los vínculos de confianza necesarios para sostener relaciones fecundas con los principales dirigentes de las fuerzas coaligadas? Sobran los ejemplos para ilustrar que los acuerdos y las negociaciones funcionaron acertadamente cuando fermentaron en lazos amistosos probados en la confianza. El radicalismo es ducho en estas cosas y el presidenciable deberá percibir el quantum de su talla para alcanzar las mieles de la victoria.
Ante la posibilidad de ser gobierno, se infiere de los hechos que los líderes de la Alianza acordarán propuestas superadoras con las que, al no poder alterar las bases estructurales de un modelo económico exitoso, deberán esforzarse por corregir sus defectos y eliminar sus excesos, teniendo en cuenta las amenazas que sobre él se ciernen. Para responder al desafío, cada uno de los partidos, Unión Cívica Radical y Frepaso, deberá afinar su posicionamiento propio, siendo el primero la fuerza decisiva para liderar los acuerdos siguientes. Desde luego, esto dependerá de la innata capacidad “acuerdista” del radicalismo en contraste con el potencial “negociador” del Frepaso.
¿Qué consignas aguardan a los dos partidos para la construcción de la nueva alternativa de poder? La UCR multiplicará los contactos y fomentará las relaciones entre sectores, planteando con claridad la centralidad de sus propuestas y la moderación de sus acciones; el Frepaso asumirá la posición ideológica del “hecho diferencial”, donde anida un modelo de militancia que le imprime el sello de identidad. El nuevo mapa político debería contener el programa de los vencedores más la responsabilidad de los restantes.
Queda en el centro de la escena la nueva correlación de fuerzas impregnada de necesidad virtuosa en su tránsito hacia el poder. ¿Cómo enfrentará la Alianza la “ola menemista”? ¿Saldrá de la rompiente? ¿Se dejará arrastrar por ella? ¿Cabalgará sobre la ola? Varias décadas atrás, Salvador de Madariaga atinó a dar una lúcida respuesta para tiempos igualmente turbios. “Hay que estar en el centro sin ser del centro”, dijo, para rematar con una metáfora genial: “Lo más avanzado de la nave, con lo que corta las aguas de la historia, no está ni a babor ni a estribor, sino en el centro. Estado sin centro es nave sin proa”.