En tiempos nada fáciles, en los que la globalización del planeta, la innovación tecnológica, los desastres naturales, la turbulencia ideológica, el escándalo de la pobreza y una pandemia virulenta anuncian una nueva configuración del mundo; pensadores y estadistas de fuertes credenciales consideran que la cultura vuelve a convertirse en un nuevo areópago de inspiración y orientación para tratar los problemas de sociedades desbordadas y de estados colapsados.
Una vez superada la crisis actual que soportamos, cabe vislumbrar tiempos mejores, y que gobierno y oposición puedan encarar la difícil construcción de su fórmula política como soporte de un proyecto cultural, social y político alcanzado mediante el “arte de los acuerdos”. Con el idealismo borgeano nos hacemos la gran pregunta: en la Argentina actual, ¿cabe esperar unos “Pactos de la Moncloa”; aquellos que en la España posfranquista hermanaron a todo el arco ideológico con inclusión de los extremos? Ecuación complejísima y ejemplar, decididamente inaplicable entre nosotros, aunque no imposible, cuando oficialismo y oposición pongan en función su fórmula política hoy severamente clausurada.
En tal sentido, en respuesta a una iniciativa de nuestra autoría, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet) promueve una línea de investigación dedicada al estudio de las instituciones fundamentales, cuyo propósito inicial e intención final procura recuperar la “representación integral de la cultura”, escenario según el cual “la sociedad y sus instituciones llegan a ser entendidas en la medida en que son visualizadas como un todo abarcativo, englobante e integrado”. En ese marco de gran calibre aplicamos la metodología apropiada para observar, analizar, y sistematizar la cultura institucional vigente en la Argentina actual.
Un eje temático de ese enfoque relaciona la cultura institucional con el escenario estratégico de las identidades culturales –sean de derecha, de centro, de izquierda- por ser ellas las que en sus respectivas comunidades vinculan a quienes “comparten iguales normas de vida; consideran una selección de objetos bajo el mismo aspecto; tienen parecidas opiniones sobre gran número de asuntos; generan análogos pensamientos a partir de los mismos hechos”.
Una construcción privilegiada de esa cultura institucional toma cuerpo en la llamada “fórmula política”: un tradicional estilo de conocimiento simbólico, estructurante, integrador y direccional aplicado por los sistemas políticos de todos los tiempos y que está presente en nuestro imaginario nacional, exhibiendo sus principios y asegurando su vigencia; explicando el pasado, conduciendo el presente, orientando el futuro.
Cuando nuestros historiadores van al entramado que da origen a la fórmula política nos hablan de la república posible, forjada en las ideas precursoras de Juan Bautista Alberdi; y exaltan la fórmula de “paz y administración” impulsada por Julio A. Roca. Al evocar los grandes diseños del siglo XX, los estudiosos registran “la reparación” como consigna del ideario yrigoyenista y exhiben la “concordancia” conducida por Agustín P. Justo. Próximos a nuestro tiempo, los memoriosos recuerdan la “comunidad organizada” proclamada por Juan Domingo Perón y el cancelado plan de desarrollo de factura frondicista. En el umbral del actual milenio, está presente el soñado “tercer movimiento histórico” de impronta alfonsinista y la abortada economía popular de mercado de sello menemista.
En ese tránsito de pasado a presente, ¿qué podemos esperar del proyecto de centroderecha liberal, hoy opositor; y del relato de centroizquierda progresista, hoy en el gobierno, cuya fórmula política, de uno y otro signo, se encuentra severamente clausurada?
Ante la crisis estremecedora que está transformando el mundo cobra actualidad una columna editorial de este diario, anticipando una situación premonitoria: “Ninguna fuerza política puede gobernar por si sola en la tierra arrasada …”. El registro de esa angustiante realidad se presenta como cuestión propicia para abordar “el arte de los acuerdos”, una intención latente en la interioridad de algunos sectores partidarios, siendo la “fórmula política” el instrumento orientador muy necesario para concertar las reformas estructurales de gran alcance requeridas por la sociedad. Ciertamente esa no es la empresa que puedan encarar los actuales equipos gobernantes, entrenados para resolver los problemas coyunturales mediante las aplicaciones propias de su expertise profesional. Como en los grandes momentos de la historia, hoy se vuelven a requerir los servicios estratégicos de quienes desempeñan el rol de expertos en escenarios prospectivos a través de la llamada ingeniería institucional.
Dar la espalda a la gesta política que nos es debida implicará acumular en el pasivo nuevos desaciertos, privarnos de las promesas de un futuro mejor, renunciar a las reformas estructurales necesarias, ignorar los designios de la historia.
Séneca decía –palabras más, palabras menos- que no hay vientos favorables para el navegante que no sabe a dónde va…