A un mes de la compulsa interna para instalar candidaturas en la Alianza y a un año apenas para las últimas elecciones del actual milenio, ¿qué amenazas de ruptura vaticinan la derrota o qué vientos favorables auguran la victoria? La incertidumbre, que ha ganado la calle y domina la escena, justifica la oportunidad del comentario. Cuestiones importantes, como el rechazo incondicional al tercer mandato presidencial o como el debate abierto por el “modelo económico excluyente”, contribuyeron a mantener unida la coalición montada por la UCR y el Frepaso. Con sólo un año de existencia, la Alianza aprovechó esos “nudos” institucionales para ensanchar el arco opositor, capitalizar fuerzas diferenciadas entre sí y potenciar a los sectores que se manifestaron más activos.
Pero la renuncia presidencial al tercer mandato y la expurgación del “modelo” en la reciente Carta a los argentinos habrían provocado un efecto paradójico cuyos resultados hoy quedan a la vista: al diluirse los factores de cohesión reaparecen las naturales diferencias. Así, atrapados por la información veraz, asistimos hoy a la puja desatada en los elencos por ganar espacios en el interior de cada fuerza, a las vacilaciones sobre un “modelo” que no cierra en los cerebros aliancistas, a las intrigas en la cúpula para inclinar la balanza del inminente veredicto electoral.
El embate de las aguas encrespadas ha puesto de manifiesto las aristas menos atractivas de la imagen proyectada por los líderes aliancistas. Por una parte, se desdibuja el perfil que venían exhibiendo ante el cuerpo electoral como exponentes de la ética republicana y “garantes” de las preciadas instituciones; por la otra, se actualiza en la memoria colectiva la imagen de los políticos tradicionales, obsesionados por la oposición a ultranza y concentrados en las viejas disputas de poder. La caída en popularidad (según las mediciones más confiables) anunciaría el deterioro de la buena imagen, ocasionada no por supuestas mejoras en el desempeño del Gobierno sino por la repercusión negativa de las disputas intestinas.
Para alejar el fantasma de una lucha que se muestra con picos de intensidad variable, los líderes aliancistas redoblan sus esfuerzos tendientes a poner sus intereses comunes por encima de las posiciones en conflicto. Chacho Alvarez y Raúl Alfonsín son identificados por la gente como sagaces operadores, con poder de seducción suficiente para mantener estable el “clima de llegada”. Desplegando sus máximas influencias, ambos líderes -“duchos en golpear afuera para arreglar adentro”- procuran moderar el tono de los debates y se esfuerzan por instalar la buena convivencia en un espacio tan inconfortable como necesario.
Saben los allegados a la Alianza que el éxito esperado al final de la contienda dependerá de esa conjunción de fuerzas atrapadas aún bajo el peso de dos anclajes: los líderes radicales tienen presente el síndrome apenas suturado de sucesivas derrotas electorales; los líderes frepasistas son conscientes de la falta de aparato en importantes distritos electorales. A la hora señalada, los números cantarán para advertir que los buenos resultados propios no alcanzan por sí mismos, y que la coalición, victoriosa hace un año, “es la herramienta indispensable” para alzarse con el triunfo electoral.
Todo indicaría entonces que la Alianza llegará entera a las elecciones, aunque persistirán las discrepancias en la cúpula, y no pocos seguirán vaticinando la ruptura. Y si los resultados de la contienda final con el histórico adversario son por el momento impredecibles, no estará de más anticipar señales para futuras conjeturas. Si la Alianza sale triunfante, ¿cómo salvará las diferencias que ya están presentes en las disputas sobre los escenarios del futuro? Si la Alianza resulta derrotada, ¿no cobrarán protagonismo los sectores que, por derecha y por izquierda, nunca miraron con entusiasmo la “cohabitación” entre las distintas culturas en presencia? Giovanni Sartori, politicólogo de la Universidad de Columbia, en su paso por esta ciudad, sedujo con agudas observaciones y lanzó disparadores contundentes: “Ha cambiado la historia… el centro está en la escena… el realismo es condición de la política”. Las predicciones del ilustre pensador, aunque incomoden y “desinstalen”, resultan desafiantes y alentadoras.
Innovadora por definición, la Alianza dejará una marca en la escena política, además de contribuir a crear un nuevo mito. Mientras tanto, desunidos en la confianza y unidos en la ilusión, los aliancistas -que son legión- esperarán que el tiempo haga sus pruebas y atenderán a la evolución de los procesos.