Al cumplirse hoy ciento cincuenta años de la jura de la Constitución Nacional por los representantes del pueblo, la presencia de Juan Bautista Alberdi vuelve a ser motivo de confrontación o lugar de encuentro. ¿El modelo alberdiano es cosa del pasado? ¿Qué sentido tiene evocarlo en el presente? Una posición, en defensa de la tradición, declara la ejemplaridad del modelo recibido del pasado; otra, sin negar su validez, clama por un orden adaptado a las necesidades de nuestro tiempo. En las dos posiciones se advierte una misma apreciación: la sociedad, inmutable, ha producido un sistema intemporal, artífice de opiniones y creencias que se aceptan o rechazan.
Curiosamente, en este enfoque inmovilista caben dos lecturas: en clave conservadora, el modelo alberdiano es presentado como valla segura contra el avance de las crecientes demandas sociales; en clave innovadora, se cuestiona el modelo “residual” cuya vigencia frena la historia y dificulta el progreso. La confrontación apunta a los principios de un ideario, pero la estrategia que hizo posible su aplicación habría quedado excluida del debate o sepultada por el silencio. Sólo cuando, afectados por la crisis, miramos al pasado, la figura de Juan Bautista Alberdi se eleva a la altura de los estadistas precursores.
¿Cuál fue el soporte elegido para levantar el edificio institucional de la República? La herramienta estratégica, no inventada por Alberdi pero recogida del espíritu del tiempo, consistía en la adopción del constitucionalismo, considerado como una de las más grandes invenciones pensadas para el progreso de los pueblos y la prosperidad de las naciones. Alberdi quería para los argentinos una constitución que tuviera “el poder de las hadas, que construían palacios en una noche”, y afirmaba que el vigor de los pueblos fuertes resultaba de la legalidad de los principios, “siendo la constitución el medio más poderoso de orden y pacificación”.
Para realizar el propósito, Alberdi toma como modelo la Constitución de California y redacta un proyecto que, de concretarse, permitiría “tener población y caminos de fierro, para poder navegar nuestros ríos y ver opulentos nuestros estados”. El éxito de la empresa quedaba asegurado mediante la aplicación de técnicas constitucionales que los estadistas llamaban de “composición y organización”. Denme el poder de organizar diez artículos según mi sistema, decía, y poco importa que en el resto voten blanco o negro. Método desconocido para quienes, desde sus posiciones de poder, sueñan hoy con un nuevo proyecto de Nación.
Alberdi tuvo que romper con el saber convencional de sus maestros y fundar la “ciencia y arte del buen gobierno”, esto es, un saber tan discretamente unido a la reflexión teórica como estrechamente ligado a la concreta acción. Conocía y manejaba como nadie los soportes que, por obra de muchos, fueron consolidando el edificio institucional de la República. Eran sus pilares la cosmovisión de la generación del 37, la estructura social desentrañada por Sarmiento en Civilización y barbarie , la doctrina expresada en las quince “palabras simbólicas” de la Asociación de Mayo, el programa político contenido en las Bases , la Constitución Nacional con los principios liminares del Estado de derecho, y la codificación civil, comercial, penal y procesal encargada de asegurarlos: toda una armazón institucional cuyas piezas componentes se vinculaban las unas con las otras a través de una rigurosa disposición ideacional. Alberdi había consumado un proyecto de Nación tan claro y preciso que a lo largo del siglo XX siguió presidiendo la vida de las instituciones con la impronta ambivalente de robustecer su vigencia o de inmovilizar la historia.
Sería absurdo pensar en términos de continuidad sin tener en cuenta las contradicciones y rupturas provocadas por las realidades de cada tiempo. Pero es posible que de esa relación entre el pasado y el presente se desprenda con Alberdi un paradigma digno de ser tenido en cuenta por quienes sueñan con un nuevo proyecto de Nación que vuelva a posicionar la Argentina en el concierto general de las naciones.