Si en el escenario político de nuestro tiempo los actores suelen hacer su entrada por la izquierda y se retiran por la derecha sin proyecciones sustentables en la historia, es en el centro del espectro donde se consolidan las conquistas democráticas y se fortalecen las instituciones republicanas. Los acontecimientos que ocurren entre nosotros de cara a la inminente compulsa electoral parecerían confirmar esa interesante conjetura.
Un reciente editorial de este diario anticipa una situación premonitoria con meridiana claridad : “Ninguna fuerza política podrá gobernar por sí sola sobre la tierra arrasada por el actual gobierno”. El registro de esa angustiante realidad enlazada con partidos políticos que tocan suelo se presenta como cuestión propicia para abordar el arte de los acuerdos programáticos reclamados por amplios sectores de opinión y latentes en la interioridad de las fuerzas partidarias.
Una amplia mayoría ciudadana reclama de los líderes políticos propuestas concertadas respecto de cuestiones prioritarias que deberán atender quienes alcancen el poder. Según expertos en escenarios prospectivos, es en la instrumentación de las políticas relevantes donde se advierte como deseable y posible un corrimiento de las demandas sociales desde los extremos hacia el centro, sin que ello signifique, obviamente, que las fuerzas políticas actuantes tengan que claudicar de las cosmovisiones culturales que son la razón de su existencia.
Aceptada la consigna, cuatro conquistas universales parecerían confluir en los escenarios políticos de nuestro tiempo: respetar los intereses del capital, desarrollar las fuerzas productivas, asegurar las conquistas laborales, prometer mejoras sociales. Estas adquisiciones emblemáticas estarían como encriptadas en la plataforma política, tanto de los grandes movimientos mayoritarios como de las corrientes minoritarias con peso electoral. Posicionados en esta línea, ¿no deberían los líderes de las fuerzas políticas desarrollar el arte de los acuerdos bajo el imperativo de las conquistas democráticas y el sustento de las formas republicanas?
La observación de las fuerzas políticas muestra que en su interior se estarían emitiendo señales de moderación en sintonía con las expectativas de la sociedad en su conjunto. Ocurre que la lucha política dominada por la dialéctica de los opuestos conduce la contienda hacia las opciones posibles en función del espacio político disponible. Desde esa especie de oxímoron, se explicaría el comportamiento que se observa en nuestras internas partidarias, donde los sectores moderados parecen lograr preeminencia al conseguir atraer hacia el centro a los sectores extremos asociados como están, unos y otros, a las responsabilidades de sus respectivas conducciones: en los partidos de izquierda los sectores más progresistas moderan sus demandas; en los partidos de derecha los sectores más innovadores matizan sus propuestas. Siendo así, en la actual instancia electoral de la política argentina desaparecería la tradicional distinción de izquierda y derecha, por ser extraña a las expectativas de la sociedad actual.
Queda claro que la vieja confrontación no pasó de moda, de manera tal que las metas últimas y las segundas intenciones se mantendrán latentes ante cada contingencia. Dentro del arco que va de izquierda a derecha, del centro a los extremos, cada sector tratará de conquistar la posición más sólida apoyándose en la ideología que le da sustento y donde entrará en juego el orden de las prioridades. Si esto es así, los sectores pensantes de cada fuerza ¿no deberían actualizar su cultura política de base sin la cual se oscurecen las mentes, se aflojan las voluntades, se debilitan las conductas?
La lógica del acuerdo nos dice que la sociedad quiere ser conducida desde el centro, lo que no significa ser gobernada por el centro. Claro está que el peso de lo dicho deberá cargar con el efecto no deseado sobre la gobernabilidad del sistema: tras alcanzar el poder, las fuerzas políticas concertadas verán multiplicada la presión de los extremos interesados en consolidar la ideología propia, asistir al reparto de los cargos, influir en las decisiones del gobierno. Cuando llegue el momento -del que tenemos antecedentes lejanos y cercanos- habrá que imaginar nuevas estrategias tanto o más apasionantes que la actual.
El autor, investigador principal del Conicet, es profesor de teoría política y de derecho constitucional