Los líderes de la coalición opositora dieron a conocer su posición política mediante la Carta a los argentinos . El ciudadano común recibió con indiferencia, pasividad o expectación un mensaje que no acepta ni rechaza. Los sectores influyentes navegaron entre la cautela y el silencio, con apoyos condicionados o excusas evasivas. El Gobierno lanzó su embestida inconsistente, motorizada desde los despachos oficiales y las usinas del poder. En suma, expectativas existenciales y cuestionamientos retóricos que sólo quedarán justificados cuando las “buenas intenciones” anunciadas en la Carta se traduzcan en el programa de gobierno que la Alianza ha prometido lanzar al ruedo en un futuro que aún se presenta incierto.
La voluntad expresada en el mensaje escrito tuvo como eje de referencia el escenario de las ideas económicas y sociales que se debaten en función del “modelo” instalado por el Gobierno. No faltaron, empero, interpretaciones sutiles que vieron en el documento la confirmación de ciertas presunciones: desviar la atención de la puja interna mostrando a dos fuerzas “unidas y confiables”, aquietar la impaciencia del ciudadano común que quiere saber cómo será el país en el 2000, preservar los logros “conservadores” ya alcanzados para imprimirles un rumbo “progresista” en el futuro, llamar la atención sobre el comportamiento de los mercados como reflejo de la “compleja situación económica mundial”.
Una “carta”, políticamente hablando, es algo más que un mensaje epistolar, pero mucho menos que un programa de gobierno. ¿Qué evoca una “carta” cuando el vocablo abandona su acepción común para asumir el sentido emblemático de la asignación política? ¿Cuáles son las limitaciones de una “carta” política a la hora de la acción?
No se conciben sociedades cuyo nacimiento, desarrollo o extinción no estén asociados, directa o indirectamente, a representaciones simbólicas, escenarios virtuales e imaginarios políticos, que en cada momento de la historia sirven para explicar el pasado, orientar el presente y proyectar el futuro. Para visualizar el concepto, pensemos en dos modelos que fueron ejemplares por su repertorio de ideas precursoras: la representación del “sueño americano” interpretado por Alexis de Tocqueville, y el escenario de la Organización Nacional levantado sobre las Bases de Alberdi.
Pero, dejando un pasado que en buena parte aún subsiste, pongamos la mirada en la sociedad contemporánea, fecunda en nuevas síntesis políticas de alta jerarquía y resultados exitosos. En sus Memorias , Winston Churchill se refería a la necesidad de profesar el ideario político de un modo “proclamativo” y “asertivo”. En sus mensajes presidenciales, John Kennedy insistía en comunicar los valores políticos mediante “símbolos adecuados”. Charles de Gaulle se cubrió de gloria exaltando la grandeur de Francia con alegorías bíblicas y mensajes de salvación.
El tránsito desde las supremas aspiraciones hasta las concretas realizaciones ocupa también un lugar respetable en la ingeniería política, sin que parezca un desatino traer al ruedo la práctica argentina actual con sus discontinuidades e incongruencias. El ejemplo argumental identifica los ideales póstumos del “proyecto nacional” de Perón, asiste a la quiebra del “plan de desarrollo” de factura frondizista, presencia la salida de Alfonsín con su abortada “modernización”, registra en sus instancias pendulares, las “actas”, “proclamas” y “planes” de los gobiernos militares. Todos ellos, documentos escritos, estructurales o coyunturales, marcados con la impronta ambivalente de robustecer su vigencia o de inmovilizar la historia.
En el cuadro general en que se desenvuelven las naciones, pero enmarcado en la memoria vernácula del histórico presente, la Carta a los argentinos ocupa un lugar discreto signado por fuertes tensiones recurrentes. ¿Qué problemas enfrentará la Alianza cuando su catálogo de ilusiones deba transformarse en la meta imperativa de sus políticas activas? ¿Podrá responder al desafío dadas su correlación de fuerzas y la presencia de distintos nudos conflictivos?
Abierto el debate que de ahora en más suscitará la gestación de un programa de gobierno, los líderes de la Alianza deberán multiplicar esfuerzos para alejar el fantasma de su lucha interna y poder llegar enteros al final de la contienda. El escenario de anticipación ofrece, entre otras, una interesante conjetura: si la Alianza es la alternativa de poder -como parecen anunciar las mediciones más confiables- y si el “clima de llegada” gana la mente y el corazón de los “encolumnados en la gesta”, el nuevo espacio abierto por la Carta se convertirá en el lugar más codiciado para la eclosión de las ideas y la forja definitiva del diseño, donde no estarán ausentes la confrontación entre posiciones adversarias y el combate entre ideologías en presencia.
¿Contarán los líderes carismáticos con la actitud psicológica y el poder de seducción requeridos para conducir el conflicto cuyos antagonismos, enfrentamientos y rivalidades amenazan con malograr las coincidencias en la cumbre y dividir las voluntades en la base? La creación de espacios para debatir ideas en libertad, con auténtica confianza en la propia verdad y con mayor respeto por la verdad de los demás, parecería ser uno de los cometidos primordiales que los líderes de la Alianza deberían atender al organizar el sistema de conducción aún pendiente.
Y mientras se atiende a la evolución de los procesos y el tiempo hace sus pruebas, celebramos la señal no escrita que da sentido a la Carta a los argentinos : “Sólo lo permanente es susceptible al cambio”. Si esto es cierto, la Alianza estará viviendo el momento excepcional de una experiencia trascendente.