Giovanni Sartori ha sido uno de los pensadores sociales más importantes de nuestro tiempo. Sus ideas contribuyeron a enriquecer de modo esencial los temas centrales de la política. Con claridad y rigor combinaba la sabiduría innata con el sentido común, denunciando la falacia de la ciencia política “pura” y mostrando la babélica confusión de los políticos. Al año de su partida, vamos al encuentro de un tema central de su labor científica : la ingeniería institucional entendida como nueva estética destinada a abastecer de contenido a la ciencia de la práctica política, que hoy brilla por su ausencia.
Conocimos a Sartori en el año 2005, en una de sus frecuentes visitas al país. En la ocasión, un grupo de académicos mantuvimos interesantes conversaciones con el maestro sobre la ingeniería institucional vinculada a la aplicación de la ciencia política. En ese encuentro, planteábamos un diagnóstico severo sobre la enseñanza de la disciplina: el saber ofrecido en nuestras universidades acusaba una tendencia academicista, sin conexión con la realidad y poco apropiada para la resolución de los problemas que el país reclamaba. Sin mayor sorpresa por lo impactante del asunto, el autor de Homo Videns nos explicaba que el saber político cultivado en nuestro medio, respondía a un modelo de ciencia inadecuado y equivocado. Tomando al mundo como escenario, nos ofrecía su cáustica opinión: “Desde mi punto de vista –dijo– la ciencia política de impronta estadounidense, con arraigo en todos los países del planeta, “no va a ninguna parte”, “es una ciencia inútil…”, “un gigante con pies de barro…”. ¡Atención a esa suma de sentencias sorprendentemente fuertes! ¿Controlaba el florentino esa exaltación propia de quien se siente libre de decir todo lo que piensa? No cabe la menor duda.
En aquel encuentro los académicos apurábamos la pregunta obligada : si tal era la situación del saber político ¿qué rumbo debería tomar nuestra ciencia en el futuro? Sartori nos ofrecía la ingeniería institucional soñada desde sus inicios en la Universidad de Florencia, y desarrollada en Harvard, Yale, Stanford y Columbia, sus residencias académicas en los últimos cuarenta años. El paradigma al que personalmente adhiero, sostenía, define a la ciencia política aplicada como un constructo de contenidos integrados que vincula la teoría con la práctica, hermanando en estrechos lazos el saber con el hacer. Apuntalaba la alternativa afirmando que la ingeniería institucional debía asumir un papel de vanguardia tendiente a alcanzar dos objetivos: en primer lugar, generar conocimientos de anticipación en materia de política, gobierno, estado; en segundo lugar, transferir esos conocimientos a saberes en condiciones de aplicación. Conceptos sabios y conclusiones operativas, ofrecidos con la anticipación y celeridad que otras iniciativas asumirán en un futuro incierto que no podemos dejar de presentir.
Evocamos el legado de Giovanni Sartori con una aproximación vernácula. Cuando en 1985 se creó la Carrera de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires, el Informe Strasser, producido por un conjunto de mentes lúcidas, introducía el plan maestro de la nueva ciencia : “Estudio, reflexión y conocimiento; teórico y práctico, general y particular, básico y aplicado…”
Es difícil no estar de acuerdo con ese mensaje precursor que, sin embargo, es la asignatura pendiente desde el momento germinal hasta la actualidad.