Voces autorizadas que siguen de cerca la crisis global que a todos nos afecta, consideran que una ingeniería institucional basada en el pensamiento creativo, sería la piedra de toque para poder encarar los complejos problemas de la sociedad, bloqueada por la pluralidad de culturas difusas, la ausencia de escenarios definidos, la falta de paradigmas alternativos.
Con la mirada puesta en la innovación, constatamos que la “épica de la demolición” que horada las instituciones, agita a la ciudadanía y divide las conciencias, estaría conectada con otro desequilibrio que hunde sus raíces en la base del sistema político : la incapacidad de la clase dirigente para capturar la complejidad estructural que conmueve a la sociedad. No extrañará entonces que la actitud de teóricos y académicos, de prácticos y operadores, sea de incertidumbre, decepción o fracaso. ¿Habrá que aceptar la impotencia intelectual y la probable derrota provocada por la irracionalidad de la marcha a ciegas?. No siendo así, ¿qué paradigma innovador ofrecerá las certezas conceptuales que desafíen a la inteligencia y despierten la imaginación?
En un contexto de instituciones expuestas a la dinámica del cambio, gana fuerza una nueva ingeniería basada en la creatividad, esa forma de conocimiento que sin solucionar ningún problema decide cuáles vale la pena resolver. La cuestión a tematizar ante los descalabros institucionales es entonces la siguiente: ¿cómo liberar las ideas germinales necesarias para poder empezar a vertebrar un orden social hoy inexistente? De las posiciones sostenidas por científicos precursores –que ya no están– se desprende un hilo conductor de esa difícil ecuación.
•En referencia póstuma a la innovación y la creatividad de cara a los inciertos escenarios del futuro, Mario Bunge, filósofo, consideraba: “El conocimiento creativo es transferible a contextos de aplicación”. En ese marco postulaba un “salto de escala”, esto es, un desplazamiento de la mente hacia órdenes de magnitud abarcativos, englobantes, integrados. De su aplicación racional a contextos de alta complejidad, el sabio esperaba efectos multiplicadores de carácter sistémico total, muy beneficioso para el tratamiento de las instituciones a partir de realidades contrastadas y probadas.
•Profundizando en ideas de igual rango, Gregorio Klimovsky, matemático, se resistía a creer que el proceso creativo en todo acto de conocimiento sea sólo una conjunción de sucesos sociológicos ajenos a “cierto tipo de leyes” racionales y permanentes. Preocupado por las relaciones problemáticas entre la “inexplicable sociedad” y el conocimiento tradicional, nos ofrecía su complejo y sofisticado “algoritmo para el contexto de descubrimiento”, herramienta que podría ser de gran valor –decía– si al hacer coincidir el interés práctico con el interés científico se pudiera orientar la acción racional hacia una sociedad “más equitativa y eficaz”.
•Para Juan Carlos Agulla, sociólogo, los vientos no siempre resultaban favorables cuando se trataba de aplicar el pensamiento creativo a instituciones “hechas de una vez y para siempre”. Al respecto, nos decía que la transferencia de modelos ideales a diseños de aplicación es siempre problemática, porque el modelo es una creación de la mente mientras la realidad es una complejidad existencial. Sin embargo, asumidas ciertas condiciones de producción y aplicación, no vacilaba en abordar la exploración de las ideas germinales a través de la “ucronía posible”, un enfoque estimulante que incorpora el libre movimiento del pensamiento emergente sin comprometer el lado bueno de las instituciones.
Hasta aquí la idea de un nuevo constructo institucional cuyo debate precursor consumirá preguntas y destilará respuestas, en un momento crítico en que la “épica de la demolición” ha pasado a ocupar un lugar central. Y mientras el tiempo hace sus pruebas, celebramos el legado de esta nueva forma del pensamiento creativo, propuesta con la anticipación y celeridad que otras iniciativas no menos calificadas y sensatas asumirán en un futuro por el momento incierto.