Las “promesas incumplidas” alumbradas en su tiempo por Norberto Bobbio y hoy recuperadas por Gianfranco Pasquino dan lugar a una interesante reflexión sobre la democracia de nuestro tiempo. El libro de Pasquino La democracia exigente es nuestra piedra de toque para esta nota. Norberto Bobbio fue uno de los pensadores sociales más importantes del siglo XX. Sus ideas contribuyeron a enriquecer de modo esencial los temas centrales de la política, combinando la sabiduría innata con el sentido común para observar la “crisis de la democracia” y alertar sobre las promesas incumplidas.
Gianfranco Pasquino –discípulo de Bobbio– hoy toma la posta de su ingeniería institucional generando nueva sabiduría democrática con inclaudicable fidelidad al precursor. Digamos al pasar que la comunidad académica nacional e internacional reconoce a Pasquino –profesor de la Universidad de Bolonia y de Johns Hopkins University– como uno de los más calificados pensadores de la compleja democracia contemporánea. Tomándole el pulso a la problemática en cuestión, Pasquino se muestra crítico de las respuestas dadas por una legión de estudiosos y pasa a defender la democracia “en todo su encanto y esplendor”.
A partir de ese romántico sueño, Pasquino replantea el problema de la crisis democrática formulando una lúcida conjetura: rechaza los argumentos de los críticos de la democracia y se sumerge en la “democracia exigente” como la gran promesa del futuro. Apuntalando la alternativa, identifica su conjetura expresada a través de una pregunta sugerente: “Lejos de ser un régimen político caracterizado por su impotencia, replegado sobre sí mismo, la democracia ¿no será un régimen político capaz de renovarse, de adaptarse, exigente con sus ciudadanos y con sus gobernantes?”.
Al presentar la conjetura, Pasquino reflexiona sobre la democracia con notable fuerza argumental. Dice al respecto: “La democracia es un régimen político exigente. Mejor dicho, es el más exigente de los regímenes políticos. Su peculiaridad consiste en su capacidad de aprendizaje, gracias a la extensión de los centros de poder distintos y opuestos”. Y en su proyección hacia el futuro anticipa: “…otros desafíos vendrán pronto a forzar los límites de la democracia, a los cuales este régimen político responderá de manera exigente, solicitando las energías físicas y mentales de sus ciudadanos. El caso es que el progreso democrático se logrará exclusivamente si los fundamentos del pensamiento y de las instituciones democráticas resultan sólidos y vigentes”.
Por último, Pasquino propone contrastar su conjetura prospectiva con las generalidades críticas a fin de extraer conclusiones legítimas y operativas. Tales son, entre otras, las diez promesas seleccionadas del clásico libro La democracia exigente. A ellas nos remitimos a través de tópicos según la siguiente traza:
Cumplimiento de las reglas democráticas: se considera que la democracia es, ante todo, pluralismo competitivo y que consiste en dar respuestas diversas a fenómenos diversos, reconduciendo todas aquellas respuestas al soberano poder de los ciudadanos. Condiciones de la república cuyo cumplimiento es de una exigencia ineludible.
Reconocimiento de la autonomía de la política: hay que tomar en cuenta las variadas condiciones y condicionamientos estructurales de las actitudes y los comportamientos políticos, debiendo dejar de lado las convicciones propias del ciudadano en su vida privada, así como sus posiciones ideológicas, metafísicas, religiosas. La “ética de la responsabilidad” es superior a la “ética de la convicción”.
Autonomía que se da en un contexto de moralidad: la autonomía no significa en absoluto afirmar que la política –cualquier política– sea o deba ser totalmente desregulada, indiferente, o salida de alguna específica cosmovisión, ideología o religión interpretada exclusivamente por los depositarios de las mismas.
Criterios éticos según principios, convicciones y estilos democráticos: las modalidades con que se llega a la decisión política deben fundarse en una ratio intrínseca concretada en estándares que expresan las reglas democráticas, que valen para quienes gobiernan y para aparatos como los partidos políticos, sus dirigentes y afiliados. Ética democrática de carácter operativa. Es indispensable que la ética pública se plasme en instituciones políticas y sociales tales que obliguen a gobernantes y gobernados a comportarse de manera éticamente productiva para la comunidad y que pongan al margen de la esfera política a quienes se desvíen de sus metas.
Ampliación del espacio político a las instituciones de la sociedad: pensar la ampliación de la democracia, o sea, “democratización” de los “aparatos”, pasando de la democracia política a la democracia social, llegando al ámbito donde se toman las decisiones: la economía, la empresa, la administración, los sindicatos… Complejísima cuestión a estudiar y profundizar.
Potenciamiento de los mecanismos de control: la estrategia democrática debería consistir en multiplicar y potenciar los instrumentos de control sobre las instituciones; los frenos a los comportamientos desviados; los contrapesos a disposición de los ciudadanos; las sanciones aplicables a las conductas antidemocráticas de los gobernantes.
Presencia de la ciudadanía en la reforma de las instituciones: como lógico corolario del “poder del pueblo”, la tarea del ciudadano comprometido no consiste en hablar en nombre del poder político y mucho menos a favor del poder político. Consiste más bien en hablar del poder con explícita transparencia y en saber contradecirlo abiertamente –si fuera necesario– haciendo referencia a sus competencias y a sus principios.
Educación democrática de los ciudadanos: la democracia, que es una forma política, es también un estilo de vida. Como tal es necesario que la democracia no se detenga en las técnicas para elegir a los gobernantes y para producir las decisiones, sino que su tarea es promover la más amplia realización de las potencialidades de cada individuo, de todos los ciudadanos. Esto es: “Debe elevarse el nivel de competencia, de energía, de compromiso, de virtud”.
Educación democrática de los gobernantes: la democracia es severa con sus gobernantes. De ellos requiere que se libren del peso físico y psicológico de sus intereses privados cuando entran en la esfera pública al servicio de la sociedad. Es severa porque impone una verificación periódica del consenso por ellos gozado. Es severa, en fin, porque requiere a los gobernantes planificar éticamente sus comportamientos.
Hasta aquí un mensaje de optimismo cauteloso cuyas promesas de una “democracia exigente” pueden ayudarnos a entender mejor nuestro difícil y complejo acontecer actual.